Guardo sin embargo aún el olor del último caramelo que se derritió en mi boca,
Y el de tu aliento resbalándose por mi garganta para convertirse en miel en mi estómago.
Guardo el olor de tu sudor después de derretirnos en la cama a las tres de la tarde, el aire era espeso, todo húmedo, cálido, perfectamente reconocible.
No sé a qué huele la nada.
Aún tengo el olor de tu aliento, aquel que impregnó mis células de absenta venenosa, esa que lo emborracha todo y que paradójicamente jamás olvido.