Ahora, que la amenaza del retroceso vaga como una nube gris a punto de romper a llover sobre nuestra casa, siento miradas incisivas sobre mi existencia.
¡Cuidado con mi libertad!
Tengo la impresión de que hay quien está deseando meterse bajo las nagüillas de mi mesa, para ver de qué color son las bragas que llevo puestas, oler mi pelo para saber si estuve hasta tarde en un bar y mirar los mensajes de mi móvil, para averiguar los temas tratados con mis amigos.
En esta época en la que el miedo a lo que pasará es una sombra con la que nos levantamos y acostamos surgirán héroes del vacío, los que traerán un mensaje apocalíptico y que como en otras épocas irá asociado al intento por coartar nuestras libertades. Y ¿quién saldrá perdiendo? pues como siempre los más débiles y entre ellos incluyo a las mujeres.
Puede que sea por mi carácter precavido, de pueblo, pero siento que una extraña moral, del elogio de lo que debe ser, que casi nadie sabe bien qué es, pulula por las mesas, los balcones y las calles. Deberemos volver al hogar, al encierro en la casa ahora que la crisis empuja. Encerrarnos y cumplir con aquello esperado de una mujer digna. Espero que no vuelva el mensajito `los que deben trabajar son los hombres, las mujeres más guapas calladas y tapadas, la familia sobre todas las cosas´. Si bien es cierto que respeto y quiero a mi familia, también sé de los pecados cometidos en esta arquitectura social ficticia que ahora, que el hambre acecha, parece volver a tener un papel importante, así que a aguantarse con todas las mierdas de relaciones que en este lar se cuecen, porque comer es lo primero, la vida y el desarrollo personal tendrán que postergarse o al menos sólo los más ricos podrán acceder a ellos.