Mi poesía ha muerto,
en manos de la daga de la realidad.
Caían las palabras
calle abajo
ensangrentadas,
manchándolo todo de sílabas desilabadas,
de significantes huérfanos
y acentos desalados.
Al final de la cuesta,
el gran mago del vacío
frotaba sus manos,
mientras su barriga se hinchaba e hinchaba
saturadas de palabras sin nombre y
sentidos perdidos.
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