La luz se deshacía sobre su piel, en el descanso lento de la mañana recién llegada.
Fuera, las tormentas que seguían su curso. Las sábanas blancas regalaban caricias de algodón fresco y el día poco a poco flotaba, saturando la habitación de luz y restos ahumados de mandrágora nocturna.
Edward John Poynter: La cueva de las ninfas de la tormenta, 1903
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