Si alguna vez subí fue por error.
Mientras, he andado en las cosas pequeñas, mirándome las uñas y pensando en el rumbo de tus pasos, la sombra de esa casa junto a la plaza Santa Isabel o lo bonito que estaba el aire, lleno del sonido de los pájaros y el agua de la fuente.
Si alguna vez miré hacia el todo
incluso sentí vértigo. Ese que siempre me ha puesto flojas las piernas desde que tengo uso de razón.
Mientras, mi cabeza se ha enredado con el último párrafo que he leído sobre lo que los griegos consideraban adecuado para hablar o no del sexo, las palabras que me dijiste al verme, lanzadas como rayos fugaces alrededor de tu cuerpo que deseaba (o no) marcharse, o el enlace adecuado de las notas que esta tarde toqué con mi guitarra.
Así, no hay manera de tener una visión de pájaro, perdida en el instante, en la maraña infinita de pensamientos concretos que se abren y subdividen de forma múltiple y escalonada hacia no sé bien donde.
Por algo siempre parezco un poco bizca en las fotos, de mirada distorsionada con tendencia a la pérdida.
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