BLOG LA ESTUPIDACONCIENCIA
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A veces me rozo la cara y no me reconozco. Me
parece demasiado grande, demasiado formada, irremediablemente hecha. Bajo los
dedos de la frente hacia el labio y me despierta la rugosidad del trazado. Me
resulto áspera, seca, dada de sí, dada de mí, desterrada de elasticidad. Es en
estos momentos de extrañeza cuando comprendo, y asumo fugazmente, que no hay
vuelta atrás y lo nonato, o la suavidad de lo intacto, ya no me pertenece.
Ahora sólo me queda el engaño. La creencia de ser
bella. Sé que estoy inmersa desde siempre en un proceso de maltrato, y sin
embargo cuando reparo en la efectividad de su resultado me lamento. Pero no
puedo pararlo. Siento, sinceramente, una necesidad impotente de conocer el
origen de este impulso contra la agradabilidad de mi aspecto, pero todo atrás
está borroso.
Sé que podría ver, pero realmente no quiero. Y,
acéptalo, la voluntad juega un papel importante en todo esto.
Y confundo una ráfaga de conocimiento con la
palmada a un ser extraño.
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