Aquella tarde dejaste caer tu cabeza sobre sus rodillas. Ella notó tu respiración. Venías de la calle, habías subido tu bicicleta hasta su salón y tu piel comenzaba a sudar levemente.
Ella se sorprendió por tu acto de entrega .Estabas tan relajado.
Dejaste que te atusara el pelo. Sus dedos sintieron el suave calor de tu esencia.
Fuera, caía la tarde y todo comenzaba a rodar, como si nada antes hubiese existido, todo encajaba perfectamente aderezado con la promesa de un nuevo sueño. Las pesadillas se diluían en tu cabeza…como los últimos muertos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario